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El concepto teológico, filosófico y antropológico de Dios[nota 1] (del latín: Deus, que a su vez proviene de la raíz protoindoeuropea *deiwos~diewos, ‘brillo’, ‘resplandor’,[2] al igual que el sánscrito deva, ‘ser celestial’, ‘dios’) hace referencia a una deidad suprema. El Diccionario de la lengua española lo define como el «ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado creador del universo».[1]
Dios es el nombre que se le da en español a un ser supremo omnipotente, omnipresente, omnisciente y personal en religiones teístas y deístas (y otros sistemas de creencias) quien es: o bien la única deidad, en el monoteísmo, o la deidad principal (monolatría) , en algunas formas de politeísmo, como en el henoteísmo.[3]
Dios también puede significar un ser supremo no personal como en el panteísmo, y en algunas concepciones es una mera idea o razonamiento sin ninguna realidad subsistente fuera de la mente, como en los sistemas materialistas.
A menudo, Dios es concebido como el creador sobrenatural y supervisor del universo (teísmo). Los teólogos han adscrito una variedad de atributos a las numerosas concepciones diferentes de Dios. Entre estos, los más comunes son omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, omnibenevolencia (perfecta bondad), simplicidad divina, y existencia eterna. Dios también ha sido concebido como de naturaleza incorpórea, un ser personal, la fuente de toda obligación moral, y el «mayor ser concebible con existencia».[3] Estos atributos fueron descritos en diferentes grados por los primeros filósofos-teólogos judíos, cristianos y musulmanes, incluidos Maimónides,[4] san Agustín,[4] y Al-Ghazali,[5] respectivamente. Muchos destacados filósofos medievales y filósofos modernos desarrollaron argumentos a favor de la existencia de Dios.[5] En forma análoga, numerosos filósofos e intelectuales de renombre han desarrollado argumentos en contra de la existencia de Dios.[6]